HISTORIAS GUAYACAS DE LEYENDAS URBANAS
LA DAMA TAPADA
La Dama Tapada aparece como una creencia
popular alrededor del año de 1700 en la ciudad de Guayaquil.
Esta leyenda nos cuenta la
historia de una dama que aparecía alrededor de la media noche a los borrachos que
frecuentaban callejones no muy concurridos a la altura del cementerio antiguo,
al bajar de la iglesia de Santo Domingo en la ciudad de Guayaquil.
Esta joven solo perseguía a
mujeriegos luciendo hermosos atuendos entre estos un elegante vestido negro de
la época y un muy bonito velo que cubría su rostro, el cual no permitía ser
reconocida por sus víctimas.
La leyenda cuenta que la dama
emanaba a su entorno una fragancia agradable, seduciéndolos y haciéndolos
entrar en trance o dejándolos hipnotizados, obligándolos así a seguirla pero no
permitía que se le acerquen a menos de un metro. Los mujeriegos impactados por
su belleza la perseguían sin percatarse al lugar que se dirigían llegando así al Cementerio General, lugar en
el cual la dama se disponía a descubrirse el rostro, diciendo estas palabras:
Ya me conoce usted como soy, Ahora si quiere seguirme, sígame. En instantes su
rostro tan hermoso se iba descomponiendo hasta llegar a ser una calavera, de la
que fluían olores nauseabundos. Al ver
esto las víctimas quedaban impactadas y morían algunas por el susto, otras por
el olor pestilente. Muy pocos sobrevivían los que fueron calificados por la
cultura popular como tunantes. Ella después de aparecer de esta manera seguía
su camino hasta desaparecer.
VICTOR EMILIO
ESTRADA
Dice la leyenda que Víctor Emilio
Estrada (ex presidente del Ecuador en 1911) era un hombre de fortuna,
acaudalado y de sapiencia, todo un caballero de fina estampa. Las personas de
esa época decían que el caballero había hecho un pacto con el Diablo, y que
cuando muriera él mismo vendría a su tumba a llevárselo.
Víctor Emilio Estrada construyó
una tumba de cobre para que el Demonio no invadiera su descanso.
Al morir fue enterrado en su
tumba de cobre, una de las más grandes del cementerio de Guayaquil. El Demonio
quiso llevarse su alma al infierno como habían pactado, pero en vista de que no
pudo éste lo maldijo y dejó varios demonios de custodios fuera de su tumba para
que lo vigilaran y no lo dejaran descansar en paz. Desde ese día Víctor Emilio
Estrada no descansa en paz y todas las noches sale a las 23 horas con su
sombrero de copa y su traje de gala por la puerta uno del famoso cementerio de
Guayaquil, a conversar con las personas que se detienen a coger el bus en la
parada y que suele subir a taxis en traje de gala y sombrero de copa.
William Merelo, quien pinta tumbas y vende flores, dijo que
su padre, Segundo Merelo, trabajó en el cementerio y le contó que una vez vio a
Estrada. “Vivíamos en Machala y Piedrahíta. Dijo que lo vio entrar a las 2 de
la mañana por la puerta 7”.
El Naranjo encantado
Se dice que en
el Cerro del Carmen arriba del cementerio por los tanques de agua en la punta del cerro, más de una persona de las
que vivían por ahí, sobre todo los caballeros, se encontraba con un frondoso árbol
de naranjas, en seguida corrían a probarlas, su sabor era tan exquisito, que no
dudaban en llevarse algunas a su hogar, entonces era cuando surgía el problema,
no podía conseguir el camino a casa, y de tanto intentarlo decidían no llevar
las naranjas, de inmediato y como magia logran salir de su laberinto y llegan a
casa. Se dice que este árbol era el naranjo sagrado de los Huancavilcas y nadie
podía tocar sus frutos; que muchos chicos se perdieron desde que se fundó la
ciudad en el cerro.
El cementerio de
Guayaquil es un cofre de mitos y leyendas urbanas
El rápido
caminar de un guitarrista por el interior del Cementerio de Guayaquil es
frenado por un sobresalto causado por un gato que salió de detrás de uno de los
mausoleos.
Son pasadas
las 17:30 y el camposanto está próximo a cerrar. Quizás ese sea el motivo de su
apuro. De pronto, el hombre, que luce un saco azul y lleva una guitarra en su
mano, se detiene algo asombrado. Sobre el sepulcro del empresario José D.
Feraud Guzmán, cinco gatos maúllan. Entonces acelera de nuevo el paso y desaparece
en medio de angostos pasadizos.
Para el músico
y muchos visitantes del cementerio resulta curiosa la presencia masiva de
gatos, especialmente en los alrededores del ingreso de la puerta 3.
Se cuenta que
años atrás, llegaba una monja para alimentarlos hasta que un día no llegó más.
La noche que murió la religiosa los gatos maullaron hasta el amanecer y apenas
salió el sol, estos desaparecieron días después que la monja fue enterrada.
Es apenas una
de las tantas leyendas urbanas que se tejen alrededor del camposanto
guayaquileño, y que han trascendido desde épocas antiguas.